jueves, 18 de octubre de 2012

Ir a IKEA


Esta historia comenzó hace mucho, mucho tiempo. Puede que así:

-Él: ¡Oh, vaya! Menuda Troglodita tan macizota acaba de pasar como se descuide me la llevo para la cueva.

-Ella: Que Troglodita más fuertote me acabo de cruzar. Me voy a hacer la loca, a ver si hay suerte y me lleva a su cueva...¡Qué ganas tengo de tener un Troglodita que caze mamuts para mí sólita!


Este fue el inicio de un contrato, más o menos, tácito por el cual, él cazaba mamuts  mientras ella cuidaba de la cueva y de la prole de ambos. Este contrato, con ligeras variaciones, se fue prorrogando a lo largo de los siglos, hasta que a él se le subió a la cabeza lo de salir a cazar mamuts y se puso un poco pesadito y tontorrón con el tema: "...que  como yo cazo los mamuts, tengo derecho a tal y cual y tú no, porque no los cazas y patatín, patatán..."

Total que ella no tuvo más remedio que explicarle varias cosas, entre otras, que los mamuts hacía mucho que se habían extinguido y por lo tanto el primer contrato ya no tenía validez. Ante la reticencia de él optó por romper unilateralmente el contrato y creó otro nuevo: a partir de ese momento ambos podían salir a cazar mamuts, o lo que fuese que hicieran ahora fuera de la cueva, y ambos cuidarían de la cueva. A él, este último contrato no le hizo mucha gracia, pero no le quedó otra que aceptarlo.

Después de tantos siglos, sin hacer uso de la cueva nada más que para traer los mamuts, a él se le hacía muy cuesta arriba lo del cuidado de la misma y no le entraba en la cabeza que implicaba algo más que sacar la basura, mantenerla limpia o libre de goteras. El cuidado de la cueva era mucho más complejo que eso, requería que la cueva fuese acogedora, que estuviese ordenada y, sobre todo, lo más cuqui posible. Ellas que llevaban a cuestas muchos más años de dedicación en el tema lo tenían totalmente dominado. Por eso, cuando llegaba el catalogo del IKEA a la cueva, lo devoraban entre tremendas exclamaciones de felicidad: ¡Mira que mesa, tan mona! Quedaría ideal en el comedor. Mientras que ellos lo miraban de reojo y gruñían: ¡Para qué necesitamos otra mesa! Esta está muy bien, le pones una tapón de la Coca-Cola debajo y no se nota que cojea ni nada...

Ir a IKEA juntos, de buen grado, se convierte, por tanto, en un problema. Ellas podrían ir solas o con otras ellas. Eso solo sería válido para marcos de fotos, velitas, cojines y otras memeces por el estilo. Pero para las cosas verdaderamente importantes para la cueva: una mesa, una mecedora, una cocina, es absolutamente necesaria la presencia de él. ¿Por qué? Primero, porque después de tanto tiempo cazando mamuts y llevándolos a la cueva han desarrollado una fuerza bruta que ellas no poseen. Si hay que llevar peso, lo mejor, sin duda, es que vaya él. Y segundo, y no menos importante, ellas son listas, muy listas. Saben que el contrato especifica claramente que ambos se ocuparán de la cueva, e ir a IKEA es imprescindible para el mantenimiento de esta. Si ceden en este punto, por tonto que parezca, podría significar que él se acomodase en otros puntos. Esto no es posible, todavía añora mucho lo de salir a cazar mamuts. Así que a ella, que es muy lista (¿lo he dicho ya?) no le queda más que establecer diversas estrategias para hacerle creer, a él, que va libremente y porque quiere.

La primera vez que van a IKEA es la más sencilla de todas: "Total, si solo vamos a mirar, no necesitamos nada", dice ella. Él se lo cree. Cuando ambos vuelven con el maletero cargado hasta arriba (ella con una sonrisa de oreja a oreja y él blanco de ver lo que les ha costado todo aquello), jura y perjura que no volverá. Ella le da la razón en todo, a la vez que mira arrobada  lo que han comprado, pensando lo monísima que va a quedar la cueva con todo aquello: "...sí, es cierto, la de gente que había, que cola tan larga, es de locos, toda la tarde perdida... no creo que volvamos...". Él se lo cree.

La segunda vez es más complicado ir, es necesaria, la estrategia: "Mi madre quiere que la acompañemos" (aunque también puede ser una hermana, una cuñada o una amiga, eso sí, imprescindible que no venga ningún otro "él"), esta estrategia suele ir acompañada de: "No creas que a mí me hace gracia, pero está tan sola la pobre..." Esta vez, él gruñe igual que  la anterior pero en silencio, ante la camaradería de ellas, no se atreve a decir nada, aunque en su fuero interno jure y perjure que no, que no volverá más.





La siguiente vez hay que refinar la estrategia. Así que ella, con todo el dolor de su corazón, pero sabiendo que la causa lo merece, se atiene a lo absolutamente imprescindible, le dice: "Ya sé que es un rollo, pero es que aquí está tan bien de precio, he estado buscando en otros sitios y nada, carísimo". Como es lista (no sé si lo he mencionado antes), busca un horario en el que haya poca gente y cumple a rajatabla. Esta vez él sale de mejor humor. Han llegado y han pasado de la exposición, han cogido directamente lo que necesitaban y apenas habían colas, total la compra la han hecho solo en media hora. Ella le comenta: "Que bien esta vez, ¿no?, cuando tengamos que volver lo haremos así". Él se lo cree.

Vuelve a llegar el catalogo a la cueva, y vuelve a surgir la necesidad de compras "absolutamente imprescindibles". El plan de ella funcionó a la perfección la vez anterior, por lo tanto, él que cree que esta vez será igual, va más predispuesto (¡ingenuo!). Llegan y ella se dirige a la exposición. Él dice desconcertado: "¿pero es que vamos a ir a la exposición?". Ella responde: "claro, no te veo muy seguro, prefiero que lo veas como queda. Si no te gusta, no lo compramos". Durante la visita, se distraen varias cosas no "absolutamente imprescindibles" en el carro, pero él que está muy ofuscado pensando que le han vuelto a hacer una encerrona no es plenamente consciente hasta que llegan a la caja. Pagan y se dirigen a coger el coche del parking. Él, durante todo el camino, refunfuña que ya no volverá más. Llegan al coche, cargan y se disponen a salir mientras que él sigue refunfuñando que ya no volverá más. Al intentar salir del parking se dan cuenta de que se ha puesto a llover a cántaros y que para salir se ha formado una interminable cola. Esperan pacientemente en el coche a que la cola decida moverse mientras él no deja de refunfuñar que ya no volverá más. Tras tres cuartos de hora en el coche, y comprobar que la cola ha avanzado cinco centímetros, deciden volver a aparcar el coche, cenar dentro del IKEA y dar tiempo a que la cola sea menor. Se dirigen al restaurante para descubrir atónitos que los propietarios de los otros vehículos aparcados que no están en la cola del parking han tenido la misma brillante idea que ellos y todos están haciendo cola para cenar allí, el refunfuña que ya no volverá más. Como fuera están cayendo chuzos de punta, y en coche no pueden salir, deciden, a pesar de todo, quedarse a cenar. La cola es infinitamente larga, esperan tranquilamente su turno, mientras él no deja de refunfuñar que no volverá más. Después de cenar y descubrir que fabrican las albóndigas con lo que les sobra de hacer los muebles, ella se dirige al baño. ¡Otra cola bestial! ¿Que pasa? "La señora de la limpieza está fregando el baño y dice que hasta que no acabe y se seque tenemos que esperar", le informa amablemente otra ella que también está en la cola. ¡Hasta aquí podríamos llegar! ¡Estoy de colas, hasta el mismísimo! Se dirige a la señora que limpia el baño y le dice de la manera más educada posible que puede hacer con la fregona lo que quiera, pero que ella no guarda una cola más. Las demás deben pensar, más o menos, lo mismo porque se organiza un pequeño motín a la puerta del baño que acaba con la mujer de la limpieza recogiendo sus trastos de malas maneras. 

Cuando, por fin, logran salir de aquella ratonera, ella exclama en plan Scarlett O'hara: "Juro y perjuro que no volveré a pisar el IKEA  en mi puñetera vida". Pero os puedo asegurar que esto solo sucederá hasta que llegue el nuevo catálogo a la cueva.