Tardó dieciocho largos meses de encierro en crearla, vendió hasta el último electrodoméstico que tenía para poder acabarla y consiguió con ella reconocimiento mundial, sin embargo, acabó por odiarla. Puede que no fuese capaz de digerir la popularidad que le proporcionó, o simplemente, no esperaba que su novela tuviese tanto éxito, pero de ella llegó a decir que no era ni una de sus mejores obras, ni tan siquiera la mejor escrita.
Y si lo dijo él que fue el padre de la criatura habrá que creerlo. Aún así somos multitud los lectores que hemos sucumbido bajo el embrujo de "Cien años de soledad". Tal vez no busquemos la perfección literaria y nos baste y nos sobre con disfrutar de la atmósfera mágica e irreal que envuelve Macondo, o dejarnos seducir por la estirpe de los Buendía, unos personajes inolvidables que nos atrapan con sus fascinantes y extraordinarias vivencias.
Hoy, Día del Libro, no podía dejar de hablar del libro que me ha marcado como ningún otro. El libro que he leído y vuelto a releer, no una, sino en varias ocasiones y que tengo sobre mi mesilla porque, de vez en cuando, me gusta abrirlo al azar y leer párrafos sueltos. Y aunque sé que el tema está más que trillado, que por todas partes los homenajes a García Márquez surgen como hongos, mi página no sería mía si no le dedicase un pequeño tributo.
"Las había visto antes, sobre todo en el taller de mecánica, y había pensado que estaban fascinadas por el olor a pintura. Alguna vez las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine. Pero cuando Mauricio Babilonia empezó a perseguirla, como un espectro que solo ella identificaba en la multitud, comprendió que las mariposas amarillas tenían algo que ver con él. Mauricio Babilonia estaba siempre en el público de los conciertos, en el cine, en la misa mayor, y ella no necesitaba verlo para descubrirlo, porque se lo indicaban las mariposas" (Cien Años de Soledad, pag. 350)
"Amaneció muerta el jueves santo. La última vez que la habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañia bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años. La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano, y muy poca gente asistió al entierro, en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios." (Cien Años de Soledad, pag. 417)
Como si de un presagio se tratase, una casualidad o una burda broma del destino, él también se marchó un jueves santo, al igual que Úrsula, la matriarca de los Buendía. Adiós Gabo.