miércoles, 11 de marzo de 2015

Hijos del 3G



-Mamá, quiero un móvil...

-Pues va a ser que no.

-¿Porqué?

-Por que no tienes edad.

-¡¡Pero si tengo 11 años!!

- ...exacto, esa no es edad para tener móvil. Cuando tengas 14 volvemos a hablar del tema.

-¡Pues que sepas, que toda mi clase lo tiene!

-No, seguro que todos los de tu clase no lo tienen. Y si lo tienen me da igual. Ahora mismo no necesitas el móvil para nada.

-¡Muy bien, MAMÁ!!! ¿¿¿QUIERES ARRUINARME LA VIDA??? ¿¿¿ESO ES LO QUE QUIERES??? ¿¿¿QUIERES QUE SEA EL BICHO RARO DE MI CLASE??? ¡¡¡PUES SIGUE ASÍ, QUE LO ESTÁS HACIENDO MUYYYY BIENNNN!!!

Zanjé la conversación en aquél momento, sin embargo, no paraba de darle vueltas. Pregunté a otros padres y comprobé que lo que decía mi hija era cierto. La mayoría de sus compañeros tenían móvil. ¿Porqué? ¿Para qué necesita un niño un móvil? Nadie sabía responderme muy bien a esto último, pero, no obstante se había convertido en el regalo estrella de las comuniones (compitiendo muy de cerca con el viaje a Disneyland París). Así que la mayoría de los niños que habían hecho la comunión tenían móvil, (o, en su defecto viaje a Disneyland París. O, ambas cosas. O, ninguna de ellas como mi hija...tal vez fuese cierto y la estaba convirtiendo en una especie de lumper social). El resto de niños que no han hecho la comunión se debían de dejar llevar por una especie de corriente de simpatía, empatía o doctrina vicentina (ya sabeis: "¿Dónde va Vicente? Donde va la gente"), porque es raro el niño que con diez años no tiene móvil. 

Recordaba las tiras de Mafalda, cuando su padre no quería que tuviese televisión. Me sentí como él, inmersa en un mar de dudas, ¿Qué hacer? ¿Soy fiel a mis principios y no dejo que tenga móvil hasta la edad que yo crea conveniente? ¿Dejo que sea un bicho raro? ¿La arrojo al ostracismo social, como insinúa ella que quiero hacer? Visto lo visto, no te queda otra que claudicar ¿Qué padre quiere que su hijo sea el bicho raro?






Hace un par de años de estas divagaciones. Tras vencer mi total animadversión y después de un sinfín de normas y advertencias: "solo puedes agregar a  tus amigos", "solo para los fines de semana que no tengas que estudiar", "lo tienes que dejar abierto para que yo pueda ver con quién hablas" etc, etc, etc... la realidad es que el móvil de mi hija ha pasado a ser miembro de pleno de la unidad familiar. Es raro la conversación en la que no aparece el dichoso móvil metido entre medias.

No solo acabas aceptando su existencia, sino que además termina por convertirse en tu aliado, en una ayuda y en un aparatejo con bastante utilidad: "no sales si no tienes el móvil con batería"; "cuando llegues me envías un whatsaap"; "Mamá, déjame el móvil que tengo que preguntar en el grupo si esto entra para el examen o no"; "¿Esa es forma de hablarme?...pues va a ser que te quedas sin móvil durante una semana".

Esta última faceta del móvil es la que más me gusta. Puede que no sea muy educativo ejercer este tipo de poder coercitivo sobre mi hija, lo que si sé es que funciona a las mil maravillas. Privarla de su móvil es, sin duda, uno de los castigos que más le horrorizan. Cuando esto ocurre entra en pánico total, y me pide, por favor, que no lo haga, que le deje desactivar el whatsapp porque si no a la vuelta se le bloquea de la cantidad de mensajes acumulados.

El whatsapp, ese maldito invento, que no solo ha entrado en nuestra vida por la puerta grande, sino que, además, se ha convertido en un medio de socialización muy importante para nuestros hijos. Y esto, a los padres, no deja de ponernos los pelos como escarpias. Ves millones de amenazas detrás de una aplicación que parece, de primeras, muy útil y totalmente anodina pero que mal usada puede pasar de ser una herramienta práctica y beneficiosa a un engendro totalmente pernicioso obra del mismísimo Belcebú. Por mucho que le hables, o le adviertas de los posibles peligros, nunca parece suficiente. Es imposible verle trastear con el móvil y no sentir cierto desasosiego. 

Poco a poco esta reticencia inicial va desapareciendo y te vas relajando. Piensas que ya no es tan niña, que tienes que confiar en ella. Es conveniente dejarle que tenga su parcela de intimidad, después de todo hasta ahora se ha comportado de manera responsable, así que vas bajando la guardia.

Un día estás en casa y te encuentras su móvil pululando por ahí. Decides bichear por encima en los grupos que tiene. Te sientes un poco violenta por invadir a escondidas su intimidad, pero te dices (para conformarte a ti misma) que solo va a ser un vistazo rápido sin más, sana curiosidad maternal. Pasas los grupos: compañeros de clase, amigas más amigas, amigas menos amigas, amigos del antiguo colegio, amigos del campamento...hasta que, de repente, ves algo que hace que todas tus alarmas maternales se disparen al unísono. ¿¿Quién es este chico?? La foto ya por sí sola me hace sospechar, el hecho de que además no tenga nombre, solo un número hace que me ponga en alerta y entre a ver la conversación. 

Y lo que veo me confirma que mi modo alarma se ha activado correctamente. Estaba en lo cierto, era un desconocido. ¡Estaba hablando con un desconocido! No solo eso, sino que además le facilitaba datos personales. Y el tipo como no se cortaba, le preguntaba también acerca de sus amigas. Pero, ¿qué parte de "no tienes que hablar con nadie que no conozcas", no entiende? ¿Para qué sirve tanta charla? Hablo con ella y le pido explicaciones. Me contesta tan tranquila que si que le conoce, que no sabe porque esta desconfianza, que es el primo de una amiga de una compañera suya, que tiene dieciséis años y que vive en Málaga. Me quedo helada. Y le digo, eso es un desconocido, ¿no lo entiendes? ¿No ves que tu compañera tampoco lo conoce? ¿Quién se lo ha presentado a tu compañera? No sabes nada de nada de esa persona y estás hablando con él y dándole información tuya y de tus amigas. -Pero solo le he dicho la ciudad en la que vivimos- me dice. Solo le has dicho eso porque yo he pillado la conversación a tiempo, pero te hubiese sacado más información, solo era cuestión de tiempo. ¡Seguro!

Me doy cuenta de lo frágil e inocente que es todavía. Solo es una niña de trece años y el mundo está lleno de lobos a la caza de cualquier Caperucita confiada. Espero que haya aprendido la lección, sobre todo porque va a tener el móvil requisado por una larga temporada. Y espero haberla aprendido yo también. No sé en qué "Mundos de Yupi" estaba metida para no darme cuenta de que no la puedo dejar sola. ¡Qué intimidad, ni que soplapolleces! Lo importante es su seguridad y yo la he descuidado. Sí, sé que no la puedo proteger infinitamente y que los mismos peligros que están en las redes están en las calles, en el colegio y por todas partes. No voy a poder estar siempre con ella, y no me queda más remedio que confiar en ella y estar ojo avizor detectando la más mínima señal que no me cuadre. Pero esta vez he sido yo la que he fallado. Debería haber tenido más control sobre su móvil y la gente con la que hablaba. No ha pasado nada, pero me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haber pasado. Y creo que ha sido un buen escarmiento para ambas.

Hace poco estaba respondiendo un correo y se acerca sigilosa para preguntarme que era lo que hacía. Le dije que contestándole a una amiga del blog. Entonces, muy hábilmente, me preguntó que si la conocía. Claro, le dije, la conozco del blog. En ese momento comprendí hacía donde iba a derivar la conversación. Me dijo: " Ves, mamá, tu también hablas con desconocidos". Intenté explicarle que no era igual. Que soy mayor y que mi experiencia hacía que supiese reconocer los tipos de personas con las que me relacionaba. Y que a pesar de eso, me puedo equivocar. Pero en todo caso es una relación entre adultos, entre iguales, y estoy más preparada para afrontar cualquier situación inesperada que pueda surgir. 

Ahí acabó la conversación, no sé si lo comprendió o no quiso discutir conmigo, lo cierto es que me hizo reflexionar. Puede que tanta charla y tanta explicación no sirvan de nada si nos ven hacer lo contrario de lo que decimos. Porque en el fondo ellos lo que hacen es imitar nuestros comportamientos. Si nosotros pensamos que estamos capacitados para esquivar cualquier amenaza (cuando no es cierto del todo), ellos también. Nos hemos metido en un mundo nuevo que nos ha conquistado con todos sus defectos y virtudes, y con él a nuestros hijos, sin ser plenamente conscientes de que el anonimato en este medio ampara e incrementa, de forma considerable, las amenazas que podemos encontrar en el mundo real.