Desde los albores de la humanidad, la noche de San Juan es venerada como una noche especial. No se trata solo de la celebración del solsticio de verano, no es solo la noche en la que el Sol comienza su lento declinar para dejar paso a noches más largas o en la que se celebra la pronta recogida de los frutos que la tierra nos dará, la fertilidad en su expresión máxima. La noche de San Juan ha sido investida por el imaginario popular con un halo de misterio, donde las supersticiones, los conjuros, los augurios y los ritos se adueñan de ella y la convierten en mágica. Es difícil permanecer indiferente al poder cósmico de esta noche, por ello quiero aportar mi granito de arena, una leyenda sobre la noche de San Juan y sobre un lugar también singular: el castillo de la Yedra en Cazorla, paraje mágico donde los haya, por muchos motivos.
Cuenta la leyenda que en el castillo de la Yedra de Cazorla, vivía un rey moro que tenía una joven y hermosa hija. Por aquel tiempo las tropas cristianas avanzaban inexorablemente devastando la campiña, en dirección a Cazorla, sin que nada ni nadie pudiera impedirles el paso. Una tarde, cuando el sol se ponía en el horizonte, llegó un espía con la mala noticia de que un ejército numeroso y bien equipado se encontraba a una jornada, y de que no podrían resistir al primer ataque.
- Nos llevaremos todo lo que podamos -dijo el rey moro- y volveremos cuando se hayan marchado. Dejaremos aquí a mi hija, por si nos persiguen y nos alcanzan en campo abierto, pues no quiero correr el riesgo de que la ultrajen, ni que sea una esclava el resto de su vida.
El rey moro hizo llamar a su hija y le dijo:
- Hija mía, te quedarás aquí escondida en el sótano secreto; estarás segura. Nosotros volveremos en cuanto ellos se marchen.
A la mañana del día siguiente, en lo más profundo del castillo, en una pequeña habitación subterránea secreta, dejó a su hija, con suficientes víveres para varias semanas, cerrando la entrada con una gran losa disimulada entre el pavimento. El rey moro y los cuatro soldados que le ayudaron a poner la losa fueron los últimos en abandonar el castillo, presintiendo la inminente llegada del enemigo.
Al poco tiempo, una lluvia letal de flechas sorprendió a los jinetes. Los cinco murieron y con ellos el secreto del castillo de la Yedra.
Las huestes cristianas llegaron a Cazorla y a su deshabitado castillo, reforzaron las defensas y ya no se marcharían jamás de esta tierra de ensueño. Transcurrieron los días, las semanas y los meses y los víveres se acabaron en el refugio. La incapacidad de moverse en aquel reducido espacio y la viscosidad de las húmedas paredes propiciaron que las extremidades inferiores de la princesa se fueran uniendo y adquiriendo forma alargada y redondeada, con escamas como los reptiles. Mientras se producía la metamorfosis se escuchaban terroríficos lamentos que atemorizaban a los nuevos moradores del castillo y a todos los habitantes de Cazorla, rasgando el silencio de las noches.
Desde entonces, en la noche de San Juan, los niños de Cazorla se apresuran a ir a la cama y estar dormidos antes de que el reloj toque las doce campanadas de la media noche, para que no se cumpla la letra de la fatídica canción que todos conocen y que dice así:
Yo soy la Tragantía,
hija del rey moro;
el que me oiga cantar,
no verá la luz del día
ni la noche de San Juan.
Fuentes: