Iba apresurada. La hora pegada, como siempre. No podía
permitirse llegar tarde de nuevo, ya
llevaba tres veces este mes y el otro día su jefa le había dado un toque. De pronto el corazón le dio un vuelco, aquel que acababa de llegar
a la parada era su autobús. Si corría
todavía lo cogería. Comenzó a correr como si le fuese la vida en ello, las
cosas pasaban a su alrededor a gran velocidad, en su loca carrera cruzó la calle
sin mirar, ni se dio cuenta.
Y por fin, lo logró. Llegó casi sin respiración y el corazón
parecía que se le quisiese salir por la boca, no estaba acostumbrada a esas
carreras pero ahí estaba, montada en el
bus. Se dirigió hacía su asiento. El primer autobús de la mañana, eran muy
pocos los que lo cogían. Casi siempre
las mismas caras. Se veían todos los días, pero ninguno se conocía, apenas si
se saludaban, un efímero "buenos días" era el único contacto con aquellos
desconocidos que todos los días a la misma hora entraban en su vida para salir
de ella unos minutos más tarde hasta el día
siguiente. Sin embargo existía entre ellos un código secreto, una norma no
escrita, no hablada ni pactada: todos ocupaban siempre el mismo sitio y aunque nadie nunca se había pronunciado sobre ello,
todos respetaban el sitio del otro. Así que cuando se dirigió hacia su asiento
sabía a quién encontraría en cada lugar: el primero, el chico estudiante,
siempre con los cascos puestos, atrás se sentaba aquella señora tan simpática que le saludaba con una amplia
sonrisa, por supuesto también estaba la muchacha que iba con esa gran mochila y
casi siempre medio dormida y al fondo aquel señor, de edad indefinida,escondido tras su periódico. Mientras que
pasaba junto a ellos saludó con un “buenos días” general que no fue respondido
por nadie, solo por un chico jovencito que estaba sentado delante de “su
asiento”. Vaya, una cara nueva, pensó. Se sentó y notó que el corazón todavía le
saltaba dentro del pecho pero poco a poco iba volviendo a la normalidad. Como
odiaba ir siempre corriendo a todas partes, le gustaría tanto cambiar de vida,
encontrar otro trabajo y no depender de dos trabajos para poder vivir.
Necesitaba unas vacaciones, estaba claro. De pronto una voz le hizo desviarse
de sus pensamientos, era el chico de delante, la cara nueva.
-¿No me recuerdas, verdad?- Le preguntó.
Ella lo miró extrañada, ni le sonaba la cara, pero era
posible que se conocieran, era tan despistada.
-Perdona, ¿nos conocemos? Respondió un poco extrañada.
-Claro que nos conocemos hace mucho coincidimos una noche,
hará como unos 10 años, más o menos…
Ella se le quedó mirando sin saber que responder, ¿hace 10
años? Si era un chavalín, hace 10 años no debería de tener más de 7 años.
Estaba claro, le había tocado un pirao, eso o se quería quedar con ella.
-Veo que no me recuerdas, no me extraña, fue solo un
instante, apenas si me miraste, solo lo justo para comprobar que estaba muerto
y huiste aterrada, dejándome allí solo.
Se quedó helada y como en un flash recordó la ropa, recordó aquella chaqueta
roja, una chaqueta exacta a la que llevaba él puesta. Pero no podía ser, que clase de broma era
esta. Ella nunca lo contó a nadie. Y si había habido testigos y si alguien lo
había visto. Alguien que había permanecido callado todo este tiempo esperando
el momento para utilizar esa información
contra ella.
-Por tu cara veo que lo recuerdas, si soy yo. El chico que dejaste
tirado en la cuneta después de atropellarlo. Si, sé que era de noche, que
aparecí de repente tras la curva, que te entró miedo, todo eso lo sé. No te
preocupes no te guardo rencor.
¡Por Dios! ¿Cómo podía saber todo eso? Se puso muy nerviosa
y estalló:
-¿Qué quieres? Le dijo gritando, de lo que se arrepintió al
segundo, seguro que todos estaban mirándola en este momento. Miró a su alrededor
y vio que todos seguían a lo suyo. ¿Pasaban de ella? Le entró pánico. ¿Y si era
un loco y la atacaba? ¿Nadie la ayudaría? ¿Todos pasarían?
-Sé más cosas sobre ti, sé que muchas noches te has despertado
llorando, sé que te arrepientes de veras de haberme dejado allí tirado, sé que
te puede tanto la culpa que no has vuelto a conducir desde entonces.
Ya no podía ni pensar, era imposible que supiese todas esas
cosas. Se dejó llevar, dejó que continuase hablando era lo único que podía
hacer.
-Sé demasiadas cosas ¿verdad? Demasiado intimas. Verás en “este lado” debe de
haber alguien con un sentido de humor
demasiado peculiar, así que me asignaron a ti. Es decir te he estado
acompañando desde hace mucho y te he librado de unas cuantas, no creas. Eres
muy despistada y siempre vas corriendo. ¿Sabes cuantas veces te has dejado el gas
abierto al salir de casa? ¿Recuerdas aquella vez que
pararte a mirar un escaparate te salvo de aquel martillo que se le
escapó a un operario del aire acondicionado? Fui yo quien te libró. Lo que siento es no poder
haberlo hecho hoy. Y no ha sido fallo mío, han sido órdenes, por lo visto tu
tiempo ya había terminado.
¿Su tiempo ya había terminado? ¡Este tío estaba como un
cencerro!-¡Déjame en paz! Gritó con todas sus fuerzas. Nadie se volvió. Se
levantó y corrió hacía el conductor- Por favor ¿Puede ayudarme? Atrás hay un chico que no me deja en paz,
estoy un poco asustada. – El conductor ni se inmutó. ¿Puede ayudarme? Volvió a
insistir. Nada, ni un pestañeo. ¡Socorro!!! Gritó mirando a todo el autobús. Y
volvió a comprobar que nadie le hacía caso.
-No te canses, no te ven, no te escuchan, a mí tampoco. Su
mundo es otro y tú ya no perteneces a él. Perdona si soy un poco brusco pero es
la primera vez que le tengo que decir a alguien que está muerto.
¿Muerta? No era una broma, ahora lo entendía era un sueño,
se había quedado durmiendo otra vez, seguro.
-Escucha, le dijo él. ¿Oyes aquel ruido? Es una ambulancia,
es la ambulancia que han llamado para atenderte. Acompáñame.
Le obedeció ¿Qué podía hacer si no? Y de repente se vio rodeada
de mucha gente, había unos chicos del SAMUR que intentaban reanimar a una
persona en el suelo. Se acercó y se vio tendida, tirada sobre la carretera como
una muñeca rota, sangre había mucha sangre, era suya. Y entonces recordó, había cruzado sin mirar y al cruzar oyó tras de
ella un enorme frenazo, eso era todo lo
que podía recordar. Los médicos se miraron con cara de fracaso, miraron su
reloj y cubrieron su cuerpo.
Era cierto, estaba muerta. ¿Y ahora qué? Le dijo al chico. ¿Qué
hago ahora?
Ahora ya puedes dejar de correr, le respondió él.