Siempre me ha gustado esta palabra, silencio. Ausencia de sonidos, tan sencilla y tan compleja. El silencio no es vacío, no solo es ausencia, es algo más, el silencio habla sin hablar, dice tantas cosas, como tantas clases de silencios hay.
Silencio envolvente, silencio impuesto, silencio cobarde, silencio canalla, silencio cómplice, silencio respetuoso, silencio reflexivo, silencio intimo, silencio sonriente, silencio roto, silencio perturbador, silencio doloroso, silencio de ausencias, silencio incomodo, silencios que mienten, silencios que matan...
Hay ocasiones en las que buscamos el silencio, porque lo necesitamos. El silencio cómplice, el amigo, el que te envuelve y deja que te oigas. El que te acompaña en la soledad, te deja entrar en tu interior y con el que navegas en océanos de calma y paz.
Pero puede que se presente de imprevisto, sin que nadie le haya invitado y viene en lugar de las palabras que tú esperas escuchar o aquellas que quieres decir y que no encuentras. Cuando eso ocurre, se puede convertir en un invitado incómodo y tal vez llegar a ser doloroso.
Y hay veces, que nos viene impuesto. El tirano lo impone para que solo pueda escucharse su voz. El delincuente utiliza el miedo para silenciar a sus victimas. O aquellas personas que temen enfrentarse a la verdad, aquellos que no quieren ver sus propias miserias y piden el silencio de los otros para ocultarse tras él.