Casualidades, coincidencias...desde que leí el libro de Rosa Montero no dejo de pensar en ellas, tal vez porque últimamente se suceden a mi alrededor de forma constante. Algunas son tan nimias que ni reparas en ellas, otras son tan increíbles que te dejan sin aire y otras son tan desconcertantes que te hacen creer que realmente hay alguien o algo que te acompaña, que escucha tus súplicas, tus miedos, tus anhelos y te da una respuesta para ellos.
Me gustan las coincidencias, me gustan que sucedan, porque cuando esto ocurre la realidad se transforma y adquiere, de improviso, otro aspecto. Deja de ser un lugar cartesiano regido por estrictas normas, totalmente medible y previsible y pasa a convertirse en un absurdo y maravilloso espacio donde todo es posible y donde tú te sientes único y distinto, un elegido por no se quien o qué para, en ese precioso y preciso momento, disfrutar de un regalo especial. De un tiempo para acá me suceden muchas, no sé porqué, es como si estuviese conectada por banda ancha con ese lugar donde se fraguan los momentos mágicos y pudiese disfrutar de todos ellos sin ninguna cortapisa.
No hace mucho estaba preparando las facturas para cerrar el trimestre. Había quedado con el asesor que iba a pasar a recogerlas por la tarde y solo me faltaban dos facturas de electricidad: enero y febrero. Como las esperanzas de que llegasen esa misma mañana por correo eran las mismas de que, de repente, se instaurase la paz mundial, me dirijo a buscarlas por Internet. Miro el reloj, la una y media de la tarde, mi hija que sale a las dos del cole, yo que tengo que tener las facturas preparadas para que se las lleven esa tarde y el ordenador que va más lento que el caballo del malo, total un agobio de mañana, me siento delante del ordenador y veo venir a la cartera. Digo, en plan broma a quien está conmigo: ¿te imaginas que trae las facturas que me faltan? Nos quedamos expectantes, viendo acercarse a la cartera y esperando, de coña, que suceda lo improbable. Llega, nos entrega dos cartas, las miramos, nos miramos y no nos lo podíamos creer, eran las facturas que me dirigía a buscar por Internet. Había llegado la de marzo pero no las anteriores, y en ese preciso momento, cuando creíamos que era imposible que llegasen, llegan y no con más correo, solo ellas. Es como si alguien estuviese esperando a que pidiese por mi boca para concedérmelo. Son de estas casualidades que te dejan con la boca abierta, es tan impresionante que te dices: jolines, a que voy a tener poderes y estoy aquí desperdiciandolos tontamente...
Pero me han pasado más, porque ya digo que llevo una temporada que me las encuentro a doblar cualquier esquina. El otro día salió en una conversación una persona que no conocía, mi comentario fue precisamente ese: "...pues no la conozco...". A la mañana siguiente, en el médico, en la cola para los vampiros analíticos, la señora que había delante de mí se volvió, se puso a hablar conmigo y se presentó, adivináis quién era, ¿no? Exacto, la misma persona que unas horas antes yo había dicho que no conocía... ¿No decías que no la conocías? Hala, pues ya la conoces... ¿Algo, más? A pedir maja, que para eso estamos. Tengo la sensación de que cualquier cosa, por absurda y asombrosa que sea, se puede materializar.
Esto me ha hecho pensar en todas aquellas casualidades que me han sucedido, algunas buenas y otras malas. Porque no todas las casualidades son mágicas y dan subidón, también están aquellas que son nefastas, como encontrarte con quien no te tienes que encontrar en el lugar y el momento menos adecuado, por ejemplo: permitirte el lujo de estar despellejando a tu jefe a toda voz porque creas que en los fiordos nórdicos es bastante difícil que aparezca, por no decir imposible, y que este esté justo detrás de tí, escuchando perfectamente tu autentica opinión sobre él. Aunque algunas no son malas, sino que son sumamente nefastas. Recuerdo que hace muchos años, yo era muy pequeña, un día mi padre llegó a mi casa hecho polvo. Había visto un accidente terrible delante de él. Un camión se había cruzado al carril contrarío y se había llevado por delante al coche que circulaba delante de mi padre. Mi padre no sabía si estaba mal por haber sido testigo de ese tremendo accidente o por ser consciente de que podía ser él la victima de aquél accidente, porque el coche accidentado adelantó a mi padre cuando este paró a recoger a un soldado que hacía autostop en la carretera (¿recordáis cuando los soldados, que hacían la mili, realizaban autostop en las cunetas de la carretera? Es una imagen que ha desaparecido de nuestros paisajes, pero hace unos años era totalmente habitual). Si mi padre no hubiese parado, el coche accidentado habría sido el suyo. Pone los pelos de punta, ¿verdad?, una casualidad te salva la vida y a la vez condena la de otro. Es como si fuésemos fichas en un gran tablero de juego y cada una va avanzando o cayendo por mero azar.
Otras casualidades, sin embargo, son un autentico milagro, como cuando nació M., mi hija pequeña. Esta vez tuve la sensación que todo lo que había hecho, incluso antes de quedar embarazada, estaba destinado a que el nacimiento de M. fuese perfecto. Era como si todo se hubiese conjurado para que saliese bien y a pesar del susto, y de que andamos un poco en la cuerda floja, todo y todos estuvieron en el lugar, en el momento oportuno, para que al final el resultado fuese el mejor de todos. Estas coincidencias te hacen sentir que formas parte de un gran engranaje y que cada uno somos una parte imprescindible para que ese mecanismo funcione.
Hay casualidades que son como chispas, saltan de repente y parecen querer mostrarte algo, tal vez un camino que tienes que seguir, o que tienes que dejar...Hace bastante tiempo hicimos un viaje a Tenerife con los niños. Un día, en La Orotava descubrimos un lugar que nos encantó. Estábamos callejeando y sin más aparecimos allí, era un jardín, un enorme jardín con varías alturas, con plantas colgando de una a otra, un lugar precioso. Nos hicimos varias fotos en aquél jardín escalonado, y cuando volvimos a casa enmarcamos una de ellas y la colocamos en el cabecero de la cama que era también una estantería donde teníamos libros, fotos, chismes propios de una estantería, etc. Lo curioso de este jardín es que desconocíamos su nombre, llegamos a él por casualidad, callejeando y no vimos en ningún momento nada que hiciese referencia al lugar donde estábamos.
A mi marido y a mí nos encantaba coger el sueño los fines de semana escuchando La Rosa de los Vientos. Era la época en la que el programa era el autentico y no un sucedáneo, es decir, cuando estaban Cebrián, Jesús Callejo, Carlos Canales y Juan Ignacio Cuesta. Nos acostábamos con nuestros aparatos de radio y nuestros auriculares hasta que caíamos rendidos por el sueño. Aquella noche tocaba monográfico, Callejo y Canales hablaban de jardines esotéricos y comenzaron a describir uno que estaba en Tenerife, más concretamente en La Orotava. Conforme lo iban describiendo, me dí cuenta que ese jardín coincidía con el que habíamos visitado nosotros unos meses antes, aquél del que desconocíamos su nombre y aquél del que guardábamos una foto en el cabecero de la cama. Se llamaba Jardín Victoría o Jardínes Victoría, toqué a mi marido en el brazo para comentarle el descubrimiento: ya teníamos nombre para aquél misterioso lugar. Él, que se había quedado dormido, se levantó de sobresalto, se quitó los auriculares de los oídos y dejó la radio sobre la estantería-cabecero, estaba tan aturdido que no se dio cuenta que se llevaba por delante una foto de las que habían colocadas en el cabecero que acabó hecha trizas en el suelo. Encendimos la luz y nuestra sorpresa fue ver que, casualmente, de todas las fotos, que teníamos colocadas, se había caído, precisamente, la que pertenecía a aquél lugar que acabábamos de descubrir como se llamaba. Pensé que era demasiada casualidad como para dejarla pasar sin más, así que se la conté a una persona y ese alguien me recomendó un libro, libro que desconocía y que me vino como anillo al dedo en aquella época de mi vida. Me dio muchas respuestas que llevaba tiempo buscando.
Si queréis más información sobre los Jardines Victoria podéis visitar este enlace:
http://loquelaspiedrascuentan.blogspot.com.es/2012/11/el-mausoleo-masonico-de-la-orotava.html
Y para terminar, la última casualidad: buscando información sobre estos jardines me he topado con el blog, cuyo enlace he dejado arriba. ¿Donde está la casualidad? En que me he dado cuenta que lleva los enlaces de otros blogs a los que entro de vez en cuando, y no he podido resistirme a tanta coincidencia. ¿Y a vosotros, os gustan las casualidades? ¿Os suceden a menudo? ¿Creéis que tienen un significado especial o es solo mero azar?