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sábado, 12 de noviembre de 2011

Un paseo por las letras





Cualquier excusa para acercarse a Madrid es buena y si la excusa es ver la exposición de Antonio Lopez entonces pasa a ser magnífica. Fue en septiembre, en un septiembre pre-otoñal cuando la ciudad nos recibió como siempre, llena de una constante y frenética actividad, fruto de todas las almas que de una manera u otra  concurrimos en ella a la vez para disfrutarla, usarla, corretearla...

La exposición no defraudó, en absoluto, superó con mucho las expectativas que teníamos puestas en ella. No fue lo que conocíamos de él si no todo lo que descubrimos que no conocíamos lo que nos dejó encantados, aprisionados en su arte, entre sus pinceladas maestras.

El tiempo pasó volando, a la salida el hambre acuciaba y alguien propuso: ¡Vamos a Huertas!. Me dejé llevar, conozco muy poco Madrid así que confié en el buen hacer de mis acompañantes, inquilinos habituales de la ciudad, para dejarme sorprender.

Andábamos charlando de esto y lo otro mientras mi mirada intentaba atrapar todos los detalles posibles de aquellas calles que pisaba por primera vez. De pronto pasamos por delante de un portal con una placa, ponía algo así como: "Casa de Lope de Vega". Miré extrañada a mis acompañantes: ¿Aquí vivió Lope de Vega?. Claro me dijeron con toda naturalidad, estamos en el barrio de las letras. También vivió aquí Cervantes, Góngora, Quevedo, más allá está el Convento de las Trinitarias donde está enterrado Cervantes, añadieron.

Así que esta es la casa de donde salió Lope tras su muerte en olor de multitudes, las calles donde se cruzaba con Cervantes, su eterno rival. En este lugar era donde un pendenciero Quevedo podía protagonizar una pelea, huir de un marido enfurecido o esconderse de sus acreedores. Volví a mirar a mi alrededor, a los adoquines del suelo, a las fachadas de las casas, todo cobraba un sentido distinto.


Y aunque aquellos no eran los mismos adoquines, ni tampoco las mismas fachadas sentí que por unos instantes viajaba en el tiempo y que en algún rincón olvidado por el paso del tiempo podría contemplar las mismas cosas que un día ellos vieron. Y quizá, solo tal vez, al volver alguna esquina me encontrase con algún sueño olvidado, algún anhelo oculto o algún deseo lanzado al viento de aquellos ilustres inquilinos. Y con aquella quimera imposible en mi ánimo me dejé envolver por los comercios con sabor a antaño,




Por aquellas fachadas que querían rememorar una época pasada.




O por los vestigios de aquella Edad de Oro de las letras españolas.

Azulejos S. XVI