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martes, 15 de noviembre de 2011

Punto de encuentro: La Matea


Era el lugar donde habíamos quedado un grupo de amigos para recordar tiempos pasados, para compartir momentos presentes y crear un recuerdo para el futuro. Tras unos cuantos kilómetros y un puerto de montaña de curvas imposibles y casi diabólicas llegamos al lugar de la cita: La Matea, una aldea pequeña y acogedora de la Sierra del Segura.

Allí nos encontramos con nuestros amigos y con alguien a quien echábamos de menos: el otoño. Este otoño que a pesar de que el calendario nos decía que ya debería de estar con nosotros no aparecía por ningún lado y es que se estaba haciendo el remolón en estos preciosos valles jugando a poner color a los árboles,






y a hacer remolinos entre las frías aguas de los riachuelos.



Y estando allí, como no acercarnos al nacimiento de nuestro río: el Segura. El camino no dejó de sorprendernos y pasamos del valle con sus choperas doradas


a los paisajes de alta montaña con escasa vegetación... a estos mejor fotografiarlos desde el coche.


En el nacimiento del Segura disfrutamos del espectáculo que las aguas cristalinas nos ofrecían haciendo cabriolas sobre las rocas en su inevitable discurrir hacía los valles y de la quietud y el suave murmullo del agua más tranquila de las fuentes.



Pero sin duda lo que más asombrados nos dejó fue el increíble azul de la poza de donde brotan las aguas del Segura. Un azul intenso, metálico, producto de las algas que habitan en ella o de los minerales de las rocas o de ambos a la vez o quizá de ninguno de ellos. 





 El fin de semana no dio para más, así que nos despedimos de las montañas, de los valles y de las aguas, dejando atrás un otoño de cálidos colores para regresar de nuevo a casa.