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lunes, 3 de febrero de 2014

Pequeños gestos



"—Mithrandir, ¿por qué el mediano?

   —No lo sé. Saruman opina que sólo un gran poder puede contener el mal, pero eso no es lo que yo he aprendido. He aprendido que son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente los que mantienen al mal a raya, los actos sencillos de amor. ¿Por qué Bilbo Bolsón? Tal vez porque tengo miedo y él me infunde coraje."


El Hobbit: Un viaje inesperado (2012)


Tres semanas me ha dicho el médico, veintiún días sin tener que pisar de nuevo el hospital. Y aunque no parece mucho, para mí es un mundo. Significa haber llegado a una meta. Una meta simbólica, claro está, porque no acaba nada, todo continua, la incertidumbre sigue siendo mi fiel compañera. Pero supone que la esperanza de volver a ser yo, de volver a recuperar mi vida, aquella que dejé aparcada allá por abril del año pasado, se hace un poco más firme.

Ha sido duro, a veces, muy duro, afortunadamente no he estado sola. En esta batalla han estado conmigo los míos, mi gente (nunca mejor dicho), han luchado a la par que yo y han sufrido tanto o más que yo. Sin ellos, sin su apoyo creo que no habría sido capaz de llegar hasta donde estoy. No hay mayor muestra de cariño que la que ellos me han dedicado. Sólo por tenerlos a mi lado me siento la persona con más suerte del mundo.

También están todas aquellas manos amigas que de un modo u otro han querido implicarse en esta historia. Esta travesía habría sido muchísimo más complicada sin su ayuda. Y, por supuesto, vosotros, los que os habéis interesado desde la lejanía. Los que con vuestros correos me habéis dado ánimo, me habéis arropado con vuestras palabras. A pesar de la distancia que nos separa os he sentido muy próximos. 

Y qué decir del calor humano que he encontrado en mi interminable peregrinaje por los fríos y áridos rincones del hospital: en la quimio, en la unidad de mama, en radioterapia, en urgencias, en planta... Cómo agradecer la delicadeza, el mimo, la amabilidad, la paciencia que han mostrado conmigo. Por tratarme con sumo cuidado para causarme el menor dolor posible, por coger mi mano cuando el dolor era inevitable, por dar la cara por mí, por acompañarme cuando lo he necesitado, por arrancarme una sonrisa en situaciones difíciles, por hacerme olvidar donde estaba y para qué, por tantos favores que me habéis regalado, y por tantas otras cosas, muchas gracias. Cuando ves una sala de espera llena de pacientes y entiendes que esos gestos van a ir a todos y cada uno de nosotros no me queda otra que admiraros, porque dais mucho más de lo que se os pide. Vuestro trabajo ha alimentado mis esperanzas, pero vuestros gestos me han dado aliento de vida.

Para terminar, como no, mis compañeros, aquellos con los que he coincidido en interminables esperas. Han sido momentos más o menos breves pero todos ellos especialmente intensos. Hemos compartido confidencias, miedos, dudas y risas. No sé si volveremos a encontrarnos pero vuestra compañía, nuestras conversaciones, vuestras historias se vienen conmigo, me seguirán acompañando. Sólo puedo desearos lo mejor, como decimos: "Suerte, mucha suerte".